El catálogo de juguetes de El Corte Inglés

Hace un par de semanas, yendo al trabajo, me senté en el tren al lado de un hombre que analizaba minuciosamente las comparativas de una revista de gadgets tecnológicos. En el asiento de enfrente, una señora hacía lo mismo, esta vez con uno de esos catálogos que los grandes comerciantes editan cada año por estas fechas y que supuestamente nos facilitan la ardua tarea de elegir los regalos navideños apropiados. En ese momento, sin darme cuenta, mi mente abandonó el tren y viajó unas décadas atrás, a mis tiempos de niño, a las Navidades en las que era yo quien, tumbado sobre la alfombra del salón, devoraba un catálogo, el de los juguetes de El Corte Inglés.

Guau... el catálogo de juguetes de El Corte Inglés. Me apetecería escribirlo así, El Catálogo, en mayúsculas, porque se trataba de algo grandioso, algo mágico. Su llegada era todo un acontecimiento para mí. ¡Y qué presentación! Esas fotos, esos colores, ese acabado impecable... Hay que reconocer que ya en aquella época los creativos y especialistas del marketing eran unos maestros... ¡pero si hasta había troquelada una carta para los Reyes Magos perfectamente formateada, con líneas para escribir rectito, sin torcerse, lista para plasmar en ella todos mis deseos! Sí, era algo grande, porque en esas páginas se daban cita los scalextric, masters del universo, playmobil, lego, madelman, meccano... ¡Todo aquello con lo que un niño de mi época podía soñar!

Un momento... ¿todo? Mmm... puede que no todo. ¿Nunca os encontrasteis la mañana de Reyes con regalos intrusos? ¿Juguetes de esos que, no habiéndolos visto nunca antes en ningún catálogo, provocaban una extraña mezcla de curiosidad y decepción? Yo sí. En mi terraza se colaba casi cada año algún intruso. El ejemplo más claro fue quizás un teatro para guiñoles, perfectamente acabado en madera, con un lujoso sistema de telones corredizos y con el nombre Stromboli en sobrerrelieve que Sus Majestades me trajeron cuando tenía unos 6 años. Una pasada, sobre todo si tenemos en cuenta que, tal y como comprendí más tarde, había sido construido artesanalmente... ¡por los propios Reyes Magos! Pues aún con toda su realeza, creo que le presté unos diez segundos de atención como mucho. Justo los que tardé en abalanzarme sobre otros regalos, aquellos que sí reconocí rápidamente, los mediáticos.


By Xara

Hay que ver cómo somos de niños... Nos invade el impluso de poseer aquello que durante tantos días, gracias a El Catálogo, hemos visto, analizado, comparado, seleccionado, imaginado, y casi casi, tocado. Y así, nos cegamos hasta el punto de no ser capaces de apreciar otros regalos, los intrusos, a pesar de que estos últimos puedan haber sido elegidos personalmente por Sus Majestades o de que puedan ser únicos en el mundo.

Por suerte para mí, aquella mañana Sus Altezas viajaban como cada 6 de enero de camino a Oriente y no pudieron presenciar mi ridícula reacción. Pero claro son Magos... ¿y si hubieran estado observándome? ¿qué habrían pensado? Bueno, como además de Magos también son Reyes, supongo que sencillamente habrían comprendido que yo era sólo un niño y que aún tenía muchas cosas que aprender -como por ejemplo, que se se puede soñar con otras cosas además de las que se nos muestran en los catálogos- .

Sin embargo, cuando mi mente regresó al tren, ví de nuevo al hombre que leía, analizaba, imaginaba y casi casi, tocaba, las comparativas de aquella revista y no pude evitar pensar que, finalmente, quizás ni las lecciones de los Reyes ni el tiempo puedan luchar contra las poderosas armas del marketing…

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